15 de septiembre de 2012

UNA DE TANTAS


Yo no quería pero en mi casa estaban viendo el programa de La voz México. En primera yo no veo Televisa, de hecho me iba a ir a mi cuarto para seguir leyendo un libro que no he podido terminar. Pero entonces, en la pantalla apareció una mujer de edad madura, que concursaba para quedarse en el programa. No supe su nombre ni en qué trabajaba (yo tenía puestos los audífonos mientras escribía en la computadora y por eso no me di cuenta). Pensé que no se quedaría por la edad, pero los cuatro “couches” se dieron vuelta. Aquella mujer, quien tenía una gran actitud, se quedó (o al menos estará participando mientras no la saquen). Luego, se vio en un rincón llorando por la emoción de -tal vez por fin- haber conseguido una última oportunidad. ¿Que por qué diantres estoy escribiendo esto?
Me está constando un poco de trabajo escribir esta columna sin mostrar mi clásico rencor; además, tampoco es mi intención llegar al melodrama, que tan constantemente me lo marcaban en los talleres y en la escuela de escritores (¡vaya!, creo que sí me salió algo de rencor aunque sea un poquitito, no estoy tan enfermo). Sin embargo, quienes quisimos ser músicos, y que no logramos serlo (en mi caso por no tocar bien), sabemos más o menos lo que están sintiendo estas personas que anhelan ser artistas. Yo no siento ningún respeto por los llamados reality shows. Esos programas sólo usan a la gente, y no sé si dicha gente todavía no se ha dado cuenta de que está siendo usada o –tal vez peor aun- piensen que es su única oportunidad para tener éxito y proyección en la música. Normalmente, y por lógica, no todos sobresaldrán. Puede haber mil cantantes, pero no todos los mil van a ser famosos. Puede haber diez mil estupendos grupos de rock, pero no todos los diez mil van a sobresalir o ser conocidos.
La primera vez que me puse a meditar sobre eso fue a la edad de dieciséis años, cuando cursaba el primer año en la escuela de música. En mi grupo de solfeo éramos como veinte alumnos, poquitos. Y un día me puse a pensar si todos, los veinte, sobresaldríamos en la música. De inmediato me respondí que no. Y eso sin contar los otros tres grupos de solfeo de primero, ni del resto de la escuela. Ni de todas las escuelas de la ciudad o del país.
Conocí y más que nada escuché a grupos de rock extraordinarios, quienes desaparecieron porque no existía apoyo en este país. Y aunque hubiese existido, tampoco habrían tenido éxito todos. (Supuestamente, en la actualidad ya se apoya al rock en este país, pero yo tengo mis dudas [bueno, estoy seguro de que siguen sin apoyar a los grupos de calidad; a veces sólo apoyan a payasos o a gente que toca covers de artistas herederos de Siempre en Domingo], creo que todo sigue igual.)
Volviendo con la mujer del reality show, no niego que sentí mucha empatía al verla. Pero por supuesto no le daré seguimiento porque, repito, no me gusta ver cómo utilizan a la gente. Aunque digan que se trata de un “reality”, y que las cosas suceden espontáneamente, en realidad todo está preparado bajo un guión: el tiempo en televisión es muy caro, y por supuesto no lo van a desperdiciar, ni a arriesgar su dinero.
Iba a concluir diciendo que las televisoras ya no deberían tratar a las personas como objetos, pero para las televisoras las personas son lo que menos importa, a fin de cuentas son desechables.

Mario Ramírez Monroy

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