En
el programa de Noticias 22 me enteré
del estreno de El fantástico mundo de
Juan Orol. De inmediato, recordé otra película que también habla sobre un
director parecido, me refiero a Ed Wood. Ambos personajes (llamémoslos así) más
que sobresalir por ser unos pésimos directores y escritores, me llama
poderosamente la atención que ellos sentían que sus trabajos eran excelentes,
lo cual sabemos no era cierto. ¿Qué tanto había dentro de las mentes de estos
sujetos? ¿Serán los únicos en el mundo que piensan así? Yo creo que no. Todo
esto me hizo recordar algo, y también reflexioné en otra cosa.
En
aquellos bizarros tiempos cuando trabajé en una obra de teatro infantil (de la
cual ya hablé en otra columna rencorosa), conocí a un tipo que era un actor.
Dicha persona actuaba en películas de bajo presupuesto, churras pues, sobre
temas de braceros y cosas por el estilo. Él me dijo que quería producir una
obra de teatro y me pidió que le compusiera la música. Fui al lugar donde se
iba a ensayar, y ahí vi algunas cosas un tanto curiosas. Para empezar, no tenía
un reparto propiamente dicho, si no que llegaron un montón de chavos quienes se
iban a disputar a ver quién se quedaba con los papeles. Había un grupo de rock
(también quería tener grupo en vivo, como la obra anterior donde yo trabajaba),
pero no tenían lista ninguna canción: ahí pensaban componerla sobre la marcha (?).
Cuando yo le pregunté al actor, ahora “productor”, si me podría dar alguna idea
de lo que trataría la obra, para así tener una idea sobre las canciones tendría
que componerle, me respondió señalándome al escenario: “De esto se trata la
obra”. Yo sólo voltee al escenario por inercia, y miré el enorme caos que se
estaba manifestando entre los actores y los músicos.
Al
siguiente día, con la mente un poco más tranquila, le hablé por teléfono para
insistirle en que me dijera más o menos de qué se iba a tratar su obra de
teatro. La verdad, ya no recuerdo qué tanto dijimos, pero la plática se fue
tornando un tanto acalorada. Al final, el hombre
actor-director-escritor-productor me dijo: “¿Por qué estamos discutiendo tanto?
Simplemente haga su trabajo y componga la música. Yo estoy acostumbrado a
trabajar con pura gente profesional. ¿Sabe, joven?, yo soy una estrella
internacional (?), reconocida en todo el mundo (!). Le aseguro que no se
arrepentirá de trabajar conmigo. Sigamos con este proyecto y yo le garantizo
que en la primera semana usted ganará un millón de pesos”.
De
verdad, yo no me creí eso de ganar un millón de pesos. El lugar donde se iba a
“estrenar” la obra era apenas un forito, y haciendo las cuentas, era imposible
que se juntara esa cantidad. (Claro, era un millón de pesos de aquella, antes
de que se le quitaran tres cifras al peso, mil míseros pesos de ahora, pero en
esos años era muy buen dinero; demasiado perfecto para ser verdad.) Por
supuesto, decidí dejar de lado aquella “extraordinaria” propuesta de mi amigo
el “actor internacional”. Que yo sepa, nunca se realizó aquella obra. Aquel
hombre podría ser una reencarnación de Juan Orol, pero en teatro.
Podría
estar muriéndome de risa al escribir esto, pero también he estado analizando y
pensando que, a lo mejor, yo también tengo algo de esas “mentes geniales”. A lo
mejor, sólo escribo puras incoherencias y pienso que estoy creando historias
maravillosas, dignas de ser inmortalizadas y leídas por todo el mundo. A lo
mejor, por eso siempre mis novelas son rechazadas de las editoriales; lo mismo
pasa con mis obras de teatro y lo que intenté hacer con el cine (experiencia
maldita de la cual hablaré en otro Texto
Rencoroso, si es que se me da la gana). A lo mejor, yo siempre he creído
que mis historias están bien escritas, pero en realidad no tienen ninguna
coherencia. ¡Uf!, para saberlo. Mejor me deberían de pagar por conocer a
personajes raros, si no, me voy a morir de hambre siempre. A lo mejor yo soy de
la raza que nación con la mente distorsionada al igual que Orol y Wood, pero
mucho más chafa.
Mario Ramírez Monroy
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