23 de septiembre de 2012

MENTES PARTICULARES


En el programa de Noticias 22 me enteré del estreno de El fantástico mundo de Juan Orol. De inmediato, recordé otra película que también habla sobre un director parecido, me refiero a Ed Wood. Ambos personajes (llamémoslos así) más que sobresalir por ser unos pésimos directores y escritores, me llama poderosamente la atención que ellos sentían que sus trabajos eran excelentes, lo cual sabemos no era cierto. ¿Qué tanto había dentro de las mentes de estos sujetos? ¿Serán los únicos en el mundo que piensan así? Yo creo que no. Todo esto me hizo recordar algo, y también reflexioné en otra cosa.

En aquellos bizarros tiempos cuando trabajé en una obra de teatro infantil (de la cual ya hablé en otra columna rencorosa), conocí a un tipo que era un actor. Dicha persona actuaba en películas de bajo presupuesto, churras pues, sobre temas de braceros y cosas por el estilo. Él me dijo que quería producir una obra de teatro y me pidió que le compusiera la música. Fui al lugar donde se iba a ensayar, y ahí vi algunas cosas un tanto curiosas. Para empezar, no tenía un reparto propiamente dicho, si no que llegaron un montón de chavos quienes se iban a disputar a ver quién se quedaba con los papeles. Había un grupo de rock (también quería tener grupo en vivo, como la obra anterior donde yo trabajaba), pero no tenían lista ninguna canción: ahí pensaban componerla sobre la marcha (?). Cuando yo le pregunté al actor, ahora “productor”, si me podría dar alguna idea de lo que trataría la obra, para así tener una idea sobre las canciones tendría que componerle, me respondió señalándome al escenario: “De esto se trata la obra”. Yo sólo voltee al escenario por inercia, y miré el enorme caos que se estaba manifestando entre los actores y los músicos.

Al siguiente día, con la mente un poco más tranquila, le hablé por teléfono para insistirle en que me dijera más o menos de qué se iba a tratar su obra de teatro. La verdad, ya no recuerdo qué tanto dijimos, pero la plática se fue tornando un tanto acalorada. Al final, el hombre actor-director-escritor-productor me dijo: “¿Por qué estamos discutiendo tanto? Simplemente haga su trabajo y componga la música. Yo estoy acostumbrado a trabajar con pura gente profesional. ¿Sabe, joven?, yo soy una estrella internacional (?), reconocida en todo el mundo (!). Le aseguro que no se arrepentirá de trabajar conmigo. Sigamos con este proyecto y yo le garantizo que en la primera semana usted ganará un millón de pesos”.

De verdad, yo no me creí eso de ganar un millón de pesos. El lugar donde se iba a “estrenar” la obra era apenas un forito, y haciendo las cuentas, era imposible que se juntara esa cantidad. (Claro, era un millón de pesos de aquella, antes de que se le quitaran tres cifras al peso, mil míseros pesos de ahora, pero en esos años era muy buen dinero; demasiado perfecto para ser verdad.) Por supuesto, decidí dejar de lado aquella “extraordinaria” propuesta de mi amigo el “actor internacional”. Que yo sepa, nunca se realizó aquella obra. Aquel hombre podría ser una reencarnación de Juan Orol, pero en teatro.

Podría estar muriéndome de risa al escribir esto, pero también he estado analizando y pensando que, a lo mejor, yo también tengo algo de esas “mentes geniales”. A lo mejor, sólo escribo puras incoherencias y pienso que estoy creando historias maravillosas, dignas de ser inmortalizadas y leídas por todo el mundo. A lo mejor, por eso siempre mis novelas son rechazadas de las editoriales; lo mismo pasa con mis obras de teatro y lo que intenté hacer con el cine (experiencia maldita de la cual hablaré en otro Texto Rencoroso, si es que se me da la gana). A lo mejor, yo siempre he creído que mis historias están bien escritas, pero en realidad no tienen ninguna coherencia. ¡Uf!, para saberlo. Mejor me deberían de pagar por conocer a personajes raros, si no, me voy a morir de hambre siempre. A lo mejor yo soy de la raza que nación con la mente distorsionada al igual que Orol y Wood, pero mucho más chafa.

Mario Ramírez Monroy

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