Hace
algunos años estuve en un taller de creación literaria donde había una alumna
que seguido interrumpía las clases para dar sus comentarios, los cuales casi siempre
no eran muy acertados. Uno de ellos fue cuando un alumno llevó un manuscrito
donde su personaje era un psicólogo muy respetado que tenía doble personalidad,
la cual se manifestaba por las noches mostrando su lado oscuro que nadie conocía.
De inmediato, la alumna lo interrumpió argumentado que eso no era posible porque
ella conocía a un psicólogo muy serio que jamás se comportaría así, y que ese
texto resultaba un insulto para la profesión. Por más que le dijimos que los
personajes interesantes son así (sin contar que todos en la vida real tenemos
nuestras contradicciones), aquella alumna no quiso entender. Pero lo peor fue
que la maestra no dijo nada; probablemente por respeto ya que la alumna era una
mujer madura; no obstante, creo que tenía la obligación de corregirla. Sin embargo,
eso no fue lo peor.
Esta
mujer decía trabajar en la dependencia de una editorial, por eso creía tener
autoridad para comentar, y uno de sus comentarios me afectó a mí por algunos
años. En una clase, la maestra nos enseñó algunos trucos para escribir con más
propiedad, donde hablamos en especial del relativo que. Y esta bella mujer sacó a colación el abuso que solemos hacer
de dicha palabra. Incluso comentó que el mismo Ernesto Sábato abusó del
relativo en un solo párrafo de su novela Sobre
héroes y tumbas. “Así es –dijo ella-, el mismo Sábato escribió más de cinco
“ques” en un solo párrafo, injustificadamente”. Y como la maestra tampoco
comentó nada, pues yo pensé que la alumna tenía razón, y estuve al menos tres
años evitando a toda costa escribir el relativo “que” en mis textos. No fue
sino hasta que un día me puse a analizar títulos de buenos escritores, y vi que
escriben varios “ques” en sus obras. Claro, sé que no debemos abusar de ellos,
mientras más les demos la vuelta mejor, pero…
No
obstante, creo que así como hay que escuchar a los que saben, también siempre hay
que dudar a quienes creen saber.
Mario Ramírez Monroy