La verdad, no sabemos si maldecir o
agradecerle a la vida por conocer a una gama de personajes difíciles de creer
si no fuera porque los vimos hablar y moverse. Sólo por eso, sabemos que en
verdad existieron.
Un día, en una clase de
dramaturgia, vimos una obra extraordinaria para niños llamada El puente de piedras y la piel de imágenes,
de Daniel Danis (si algún día la ven anunciada, se la recomiendo). En esa clase,
aprendimos que el teatro para niños es algo muy serio, y que no valía las
tarugadas que luego montan fusilándose las películas de Walt Disney y demás
cosas. Pero no hablaremos de eso, sino de algo más rencoroso.
Dicha clase, me recordó cuando
años atrás toqué en una obra de teatro infantil. El productor quería tener un
grupo de rock en vivo, y así fue. Y de este productor es de quien quiero hablar.
Todo un personaje. Omitiré su nombre porque por un tiempo se portó como buen
amigo, hasta que mostró su verdadera cara. También me limitaré a decir sólo algunas
cosas que sucedieron durante los ensayos y las presentaciones para hacer menos
extensa esta columna; de lo contrario, necesitaría todo el blog.
En primera, este productor
nunca hacía casting. El bajista del grupo un día me dijo: “Por lo menos medio
nos defendemos tocando, pero te imaginas que tocáramos de la jodida, ¿cómo se
iba a enterar si no hace casting?”. Y tenía razón, pudimos haber sido un asco
de grupo y aun así nos habría contratado. Lo mismo hacía con los actores; claro
que algunos ya los conocía y eran buenos, pero otros resultaron ser un dolor de
cabeza.
Yo le ayudé a componer
algunas canciones. Y no lo digo con orgullo porque sólo fueron unas pocas, ya
que el resto se trataba de fusiles (refritos) de los cuales sólo les cambiamos
la letra.
Recuerdo aquel memorable
día cuando nos llevamos el escenario, en un camión bien feo, de la casa del
productor a un teatro que estaba en el estado de México (la casa estaba en el
D.F). A pocas calles, nos detuvo una patrulla. Le pidieron al productor que le
enseñara el permiso para llevar esa carga. Por supuesto, el productor no había
sacado ningún permiso; así que se iban a llevar el camión a la delegación. Ni
modo, pensamos, se arruinó el asunto. Pero más tardamos en asimilar eso cuando
el camión salió huyendo a toda velocidad. Se dieron a la fuga. De inmediato la
patrulla fue tras ellos. Por suerte, el camión alcanzó a pasar el límite de la
ciudad y llegaron al estado, donde los patrulleros del D.F. no podían hacer
nada, quienes después de mentárnosla, no tuvieron más remedio que retirarse.
Ya dentro del teatro,
también sucedieron cosas. En una función, los bailarines, quienes salían
vestidos de pieles rojas, se les ocurrió salir con tanga debajo del taparrabo.
Cada vez que levantaban la pierna, las maestras se tenían que santiguar. (Se me
olvidaba decirles, las funciones se vendían a escuelas primarias y preprimarias.)
En otra ocasión, al productor se le ocurrió tomarse unos “anisitos”, según él,
para celebrar porque, en honor a la verdad, a la obra le estaba yendo muy bien
en la temporada. Cuando tuvo que dar la primera llamada, ya estaba
completamente ebrio.
Estas son sólo algunas de
las cosillas que sucedieron en aquella época que tuve la fortuna de vivir,
porque después pude escribir una novelita inspirada en esas desventuras que, si
no las hubiera vivido, pensaría que son invenciones de alguna mente desequilibrada.
Sin embargo, después de
aquella clase, ahora veo muy diferente al teatro para niños. No cualquier
inepto es capaz de crearlo.
Mario Ramírez
Monroy
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