30 de diciembre de 2012

¿SÓLO EL 28 DE DICIEMBRE?



Hace unos días fue el 28 de diciembre, el Día de los Inocentes. Ya saben, bromas tontas, bromas aun más estúpidas en los noticieros y en los programas de “entretenimiento” a la vez de la pérdida de amistades al pedirles “prestado” dinero. Pero no creo que las inocentadas se limiten a un solo día. Está el caso de las mentiras que nos dicen por televisión. Podríamos hacer todo un tratado de estas desgraciadeces (no si así se escriba, pero la intención es lo que importa), pero para no hacer esta columna más grande, y ustedes sigan en las fiestas de fin de año, sólo hablaré de una pequeñita anécdota relacionada con el “Chupacabras”.

Cuántas jaladas no se han dicho de este ser ficticio, y lo peor es que la gente lo cree. En una ocasión, hace ya varios años, estaba en el negocio de un amigo. En ese lugar, las personas acostumbraban a ir para echar la plática, y un día se pusieron a hablar sobre el Chupacabras.

La anécdota, como dije, es muy pequeña, pero me dejó pensando muchas cosas. Pues nada. Un día llegué, y mi amigo estaba hablando con un vecino sobre tan elevado tema. Aseguraban que aquella criatura era el resultado de un experimento de laboratorio, que se les había salido de control y por eso aquel bicho se escapó para devorar a cuanta vaca y borregos encontrara.

La discusión siguió y de pronto entró el cuñado de mi amigo. Se acercó. Los escuchó con atención pero sin intervenir. Al final, el vecino salió del negoció despidiéndose de todos. Cabe aclarar que yo tampoco intervine en la discusión. Entonces, el cuñado de mi amigo me dijo:

-Yo creo que eso de los experimentos son puras mentiras y fantasías, ¿verdad, joven?
¡Vaya!, pensé, al menos esta persona está un poco cuerda. Yo estaba a punto de decirle que tenía razón, pero él de pronto volvió a hablar y me dijo completando su idea:
-Para mí, que el Chupacabras es un híbrido de reptil con extraterrestre.
Yo me le quedé viendo. Luego, le respondí.
-Pues… sí. Chance. ¡Ya me voy! Ya me tengo que ir. Nos vemos.
Y salí lo más rápido que pude del negocio de mi amigo, pensando que eso se puede pegar.

Mario Ramírez Monroy

23 de diciembre de 2012

DE NUEVO EL ROCKER


(Quienes no tengan la buena costumbre de leer estas bellas columnas, no sabrán de qué estoy hablando, así que tendrán que revisar el Texto Rencoroso anterior.)

Un día, mientras me estaba echando unos churros con chocolate en la churrería El Moro, entró una persona conocida. El rocker de la vez pasada, el que meses atrás había visto en un local de antojitos, muy cerca de los Teatros Telmex. Y lo más curioso es que de nuevo traía varios discos de acetato bajo el brazo, ¡y encima de todos estaba el disco de Kuman! El rocker pidió sus churros, se sentó, y dejó los discos sobre la mesa. Aunque en esta ocasión, no se puso a canturrear ni a mirar fijamente la contraportada de su L.P. Tal vez porque ahora nos encontrábamos lejos de los Teatros Telmex, los antiguos Televiteatros, quién sabe.

Mientras el rocker paseaba un churro en el interior de su taza de espumoso chocolate, me puse a pensar en varias cosas. A lo mejor se dedicaba a la compra y venta de discos L.P., para la gente que le gustaba la nostalgia. Pero de nuevo recordé el valor que le daba al álbum de Kuman. Me imaginé que, tal vez, aquel disco era un tipo de amuleto de aquel rocker, y por eso siempre lo llevaba consigo. Entonces, se me ocurrió que, sí tanta estimación le tenía a ese álbum, y lo consideraba casi como un amuleto, ¿por qué mejor no se conseguía un cassette, para así no estorbarle tanto? Me dio un ataque de risa, festejando mi simpleza y mi idiotez. Entonces, el rocker me escuchó y me miró. Dejó a un lado su churro a medio acabar y se acercó hacia mí. Pensé que me iba a golpear el rostro, pero el rocker, tranquilamente, me preguntó:

-Disculpa, ¿de casualidad tú no tocabas en Valhalla?
Quedé sorprendido. Valhalla fue el segundo grupo donde toqué (antes me dedicaba a la música, al rock). Estuve en la primera agrupación de Valhalla, antes de que me salieran.
-Sí –respondí.

El rocker se emocionó. Dijo que varias veces vio tocar al grupo, y que le gustaba  mucho. Luego se sorprendió cuando vio que cambiaron de guitarrista, y me dijo que el grupo ya no era lo mismo, que decayó. No niego que me emocionó mucho escuchar eso. De repente, el rocker me preguntó:

-Oye, siempre tuve la duda, ¿tú tocaste también con la Divina Comedia?

Quedé más sorprendido. La Divina Comedia fue el primer grupo donde toqué. Formé parte de las últimas agrupaciones, antes de que se desintegrara. Después de responderle que sí, le pregunté si alguna vez vio tocar a Arkham. El rocker me dijo que no, que nunca lo escuchó nombrar. La verdad, eso me sorprendió aun más: en Arkham toqué más del doble de conciertos que con Divina Comedia y Valhalla juntos. En fin. La vida es muy rara.

Después me preguntó que en dónde estaba tocando ahora. Le respondí que ya no tocaba, que había dejado la música. El rocker se quedó mirándome por un rato. Me preguntó la razón, y le respondí que por una estupidez. Yo quería ser famoso, y como pasaron los años y no lo fui, pues decidí dejar la música. El rocker se quedó otro momento sin hablar y luego preguntó:

-Y, ¿qué estás haciendo ahora, brother?
-Pues, estoy pretendiendo ser escritor –respondí.
El rocker se quedó un rato pensativo.
-Y, ¿también quieres ser famoso escribiendo? –preguntó al fin.

Le respondí que esta vez no. Que ya no me interesaba ser famoso. Aunque tampoco le negué mi deseo de que, alguna vez, me llegaran a publicar; y de que alguien, aunque fueran pocos, pudiera leer mis textos. El rocker se volvió a quedar otro rato pensativo.
-Bueno –dijo al fin-. Al menos tocabas muy bien. Yo también tuve mi banda, pero salí pendejón. Oye, ¿me podrías dar un autógrafo?
Acepté con gusto. Hacía años que no daba ningún autógrafo. El rocker se puso a buscar en su morral, pero al final fue por sus discos y me acercó el de Kuman.
-Fírmame aquí –dijo-. Al fin que la ocasión lo amerita.

Me dio risa. (Hace muchos años, tuve un problemita con Ícar Smith, del grupo Cristal y Acero, en la época cuando Kuman estuvo en escena. Una historia que conocieron muchas personas hace muchos años, y que a lo mejor nunca la vuelva a contar. Parece que tengo la costumbre de quedar peleado con medio mundo. Pero continuemos.) Tomé el disco y planté mi firma muy grande encima de la foto de Ícar Smith, como diciendo yo soy mejor que tú, cual si fuera una venganza tonta atrasada de un adolescente tonto. Y, sorpresivamente, el rocker dijo:

-Lástima que ya no toques, eras mucho mejor que el Ícar. Bueno, brother, ya me voy. Me cae que fue un honor haberte encontrado por acá. Chido.
Me hizo la señal de cuernos y se despidió saliendo de El Moro, dejando sus churros y chocolate a medio terminar, mirando su disco.

Me quedé pensando en muchas cosas, recordando los años en que tocaba. Le di un sorbo a mi taza y, de repente, recordé algo. Al menos pude saber el nombre del rocker (el cual prefiero no decirlo), pero nunca le pregunté por qué siempre llevaba aquel disco de Kuman bajo el brazo, y por qué cantaba frases de la obra. Y por qué dejó que rayara su disco con mi firma, ¿tendría varios iguales?

Me gustaría decir que habrá una tercera columna, pero nunca más volví a encontrarme con el rocker.

Mario Ramírez Monroy

16 de diciembre de 2012

ALGO ESCONDE, ALGO OCULTA


Hace algunos años, en 2008 para ser exactos, mientras me estaba comiendo unos tacos bien grasosos en un local, muy cerca de los Teatros Telmex, entró un rocker. Tenía el pelo largo, de aproximadamente cuarenta años, vestía una chamarra de mezclilla negra y una playera de Twister Sister. Sin embargo, lo que en verdad me llamó la atención fue que, bajo el brazo, llevaba un disco acetato de Kuman, una obra musical de los años ochenta, considerada la primera ópera-rock mexicana.

El rocker, se sentó, hizo su pedido y, mientras esperaba sus tacos, puso el disco sobre la mesa y se quedó observándolo. De pronto, empezó a canturrear, en voz muy baja, casi imperceptible, las primeras líneas de Kuman: “Algo esconde, algo oculta, Mamá Nisha. Algo huele a carne fresca y distinta”. Por supuesto, a mí me llamó poderosamente la atención. De hecho, más que escuchar, le leí los labios: Kuman  fue una obra que muchos vimos en la década de los ochenta, y la conocíamos de sobra. Aquella imagen del rocker en verdad era muy extraña, y toda la situación en sí resultaba ser muy extraña, si tomamos en cuenta el lugar donde estábamos. Los actuales Teatros Telmex fueron los antiguos Televiteatros (ahí se presentó por primera vez la obra Kuman en 1984) y nos encontrábamos muy cerca de ahí.

Le llevaron sus tacos al rocker y, cuando les puso salsa, derramó sin querer un poco encima de la portada del disco. De inmediato lo limpió con la orilla de su playera y luego lo levantó para revisar si no se le había metido algo dentro del celofán ya gastado, casi apergaminado que protegía el cartón del disco. Más tranquilo, al comprobar el buen estado de su L.P., miró las fotos de la contraportada y sonrió. De nuevo “cantó” Algo esconde, algo oculta… y dejó a un lado el disco para entrarle a los tacos.

Se devoró tres casi en dos bocados y le echó más salsa al cuarto antes de devorarlo en un santiamén. Pidió otra orden y de nuevo se quedó concentrado mirando el disco. Después -no supe si fue apreciación mía o tan sólo fue un movimiento aleatorio- la mirada del rocker pareció dirigirse hacia donde estaban los Teatros Telmex, mientras movía la cabeza rítmicamente, como si en su mente estuviera sonando la música de Kuman. El rocker volvió a mirar el disco, sonrió, se rascó la cabeza e hizo un gesto –al menos así lo aprecié- entre tristeza y frustración, porque incluso dio un ligero golpe sobre la mesa con el puño. Llegó su orden de tacos, dejó el disco a un lado y empezó a comer, aunque ahora sin tanta prisa, pero aún ensimismado.

Yo pedí mi cuenta. Pagué y me dispuse a salir del local. Al pasar junto a la mesa del rocker, vi de reojo la contraportada de Kuman, y también recordé mucho aquella época. Me habría gustado entablar algunas palabras con aquel personaje tan singular, pero salí.
No obstante, esto no termina aquí.
Mario Ramírez Monroy

12 de diciembre de 2012

PERSONAS-PERSONAJES


Según algunas definiciones, no todas, claro, un personaje es una persona ficticia que intervienen en una obra literaria. Dicho personaje puede ser inspirado por una persona real a la que vamos a exagerar sus virtudes, vicios y defectos, o incluso un personaje puede ser la suma de varias personas reales. No obstante, en la vida existen personas que nacieron siendo personajes. Cerca de mi casa, hay una tlapalería en donde se reunía un grupo de personas dignas de llevarlos directamente al papel, sin ninguna modificación, incluso hasta sus nombres daban risa. Yo mismo soy un personaje por mi particular y distorsionada visión del mundo. Pero en esta ocasión quisiera hablar sobre una persona-personaje que conocí en la preparatoria.

Le decían el “Balín”. La primera vez que lo vi me pareció un alumno problemático. Ya era muy conocido en ese lugar. Había cursado la secundaria en la misma escuela, y además tenía diecisiete años, ya estaba grande para empezar la preparatoria. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que no estaba tan maleado y empecé a hablarle.

Un día, el Balín llegó vestido con uniforme de Boy Scout. Sí, de verdad: llegó vestido de Boy Scout, y además llevaba en la espalda su mochila, y su bastón o báculo o como jijos se llame en la mano. Al ver mi desconcierto, nos dijo a mí, y a los que nos sentábamos cerca, que él era un maestro de los Scouts, de muy alto rango. Bueno, pensé, este chavo de seguro tiene dinero, y por eso se puede dar esos lujos tan ajenos a mí.

Otro día, el Balín llegó vestido de punk. Dijo que estaba estudiando para tocar en un grupo de rock. Bueno, pensé, podría ser cierto. Pasa. Otro día, llegó… vestido de ninja. Por Dios: vestido de ninja. Dijo que era un maestro en las artes marciales. Cabe aclarar que, además de tener apenas diecisiete años, al Balín le decían el Balín porque estaba gordito. Yo, estúpidamente y con mi poca agudeza, como que empecé a dudar en sus palabras. Pero el colmo fue lo siguiente.

La escuela estaba en una zona muy cerca del aeropuerto de México, es decir, a cada rato se escuchaban lo motores de los aviones pasando encima de nosotros. Otro día, el Balín llegó vestido de traje y corbata. En la solapa del saco, tenía un pin con el logotipo de Aeroméxico o Mexicana de Aviación (la verdad ya no recuerdo). El Balín se sentó y nos preguntó: “¿Escucharon el avión que acaba de pasar?” Pues todos le dijimos que sí, por lo regular siempre escuchábamos uno. Entonces, el Balín, con mucha seriedad, nos dijo: “Yo lo venía piloteando” (!) Y ahí sí le dije ay no mames.

Así es. Así era el Balín. La persona más mitómana que he conocido en el mundo. Lo más sorprendente es que sus mentiras parecían las de un niño de primaria. Así más o menos fue su comportamiento durante el primer año de prepa. En la clase de Educación Artística, estuvimos en el mismo grupo de Coro. Recuerdo que, al final de año, se puso muy feliz porque había exentado la clase de Coro con diez. Sin embargo, las demás materias las reprobó, todas. Esto último provocó que su papá lo sacara de la escuela para mandarlo a otra muy estricta, manejada por padres católicos, maristas, supongo.

Aun así, cuando todos pasamos al segundo año, el Balín se daba sus escapadas para visitarnos. Ahora nos decía que en el estacionamiento de su nueva escuela católica, en lugar de estar llena de autos, había puras motocicletas, Harley Davison la mayoría. Y que sus nuevos compañeros iban a clase vestido con cuero y estoperoles, y escuchando música de Iron Maiden a todo volumen. Todo lo que estoy escribiendo aquí es verdad, no son mentiras, como las que decía el Balín. Hay muchísimas anécdotas difíciles de creer, sólo quienes lo vivimos podemos dar fe de su veracidad.

Cuando pasamos al último año de prepa, el Balín seguía visitándonos con mucha frecuencia. A estas alturas, y mientras estoy escribiendo y recordando aquellos días, yo creo que el Balín en verdad nos tenía aprecio. Una vez, en mi cumpleaños, me regaló un cuadrito con la foto del King Diamond, uno de mis más grandes ídolos en ese tiempo.

Una mañana, a escasas dos semanas de terminar la escuela, encontré a mis compañeros de salón con semblante serio, mientras hablaban en voz baja. Uno de ellos se me acercó y dijo: “¿Ya supiste que mataron a Jorge?” Jorge era el nombre del Balín. Según lo que me contaron, y como entendí, Jorge y unos alumnos, tanto de la escuela donde yo iba como de la católica, se pusieron a jugar carreritas en el Ajusco. Jorge estaba sentado en la parte trasera de una camioneta, que era conducida a gran velocidad. Pasaron sobre una piedra, la camioneta brincó, y el Balín salió disparado y se golpeó la cabeza contra el suelo. Los cobardes de sus “amigos” se asustaron y lo dejaron ahí. Tal vez pudieron salvarle la vida llevándole rápido a algún hospital, pero lo dejaron solo. Lo dejaron morir. Después supe que hasta la policía entró en la escuela para buscar a los alumnos que participaron en el juego de carreras.

Así fue la vida de Jorge, el Balín, quien vivió dentro de su propio mundo, y no tuvo que crecer ni madurar. Quién sabe cómo habría sido su vida, si él hubiese seguido vivo. A lo mejor seguiría inventando sitios mejores que los reales.

Mario Ramírez Monroy

2 de diciembre de 2012

UN SUEÑO ATRAPADO


En 2010 estuvieron a punto de publicarme en la colección de una editorial muy conocida. Hubo un concurso donde el premio consistía en la publicación del manuscrito. Mi texto estuvo entre los ganadores. Pero decidí no publicar. Aquí está la historia.

Dicho de manera escueta, en 2003 escribí lo que –según yo- sería mi primera novela. Quedó desastrosa. La reescribí. La volví a reescribir y así pasaron siete años. Me metí en algunos talleres y cursé el diplomado en una escuela con el único objetivo de aprender a escribir, para que mi novela quedara bien. En esta última escuela, pude enseñarles los primeros capítulos en una clase a mis compañeros, donde a algunos les gustó y otros se adornaron dando su opinión. Aunque tengo que admitir que, con el tiempo, me di cuenta de los tremendos errores tan garrafales que tenía mi historia; antes no me daba cuenta. Pero sigamos con mi pena.

Cuando dejé la escuela, una maestra leyó dos veces mi texto. La primera vez le gustó, pero en la segunda le encontró muchos errores. Después entré en un taller con una maestra muy afamada y ganadora de muchos premios, donde aprendí mucho. De nuevo, la volví a reescribir para mandarla a un concurso. Lo perdí. Al año siguiente, lo mandé a otro concurso. Igual. Entonces, como ya dije, en 2010 por fin recibí una respuesta positiva. Yo estaba feliz. Me dijeron que la querían pero con cambios, remarcando esta condición en mi correo electrónico. No me importó, yo lo que quería era ser publicado. Pero el problema fue cuando supe todo lo que tenía que cambiar.

Y la verdad, no fueron los cambios que tenía que hacerle, sino que, por fin, me di cuenta de lo mal escrita que estaba, de que me la pasé escribiendo más que una historia, un capricho, donde la lógica y la coherencia no estaban presentes. Mi personaje, a pesar de que ya sabía que tenía que evolucionar, casi no tenía cambios, y los cambios fueron puestos casi con calzador, al igual que todo lo que pasa en la trama. Me dijeron que en el final se me caía toda la historia porque (sí, lo admito, yo mismo ya lo había presentido) no había un final concreto propiamente dicho, sino que le puse tres finales porque –según yo- tenían que ser de ese modo, para que así se entendiera toda la historia, para que ya no quedara ningún misterio sin develar. Y ese comentario fue lo que me hizo pensar en otra cosa: mi historia era un exceso de excesos.

También me dijeron que uno de mis personajes (el que, irónicamente, yo estaba seguro de que sería un personaje entrañable) resultaba ser tan molesto por su manera de hablar y comportarse que los de la editorial dijeron que caía mal el escritor, no el personaje, sino el escritor (¡uf!, directo al ego). Y para rematar, dijeron que el título era ya en sí un lugar común: en el título estaba la palabra atrapasueños.

Después de todo esto, me pregunté pues qué carajos le vieron para aceptarla, si más de la mitad no servía. Intenté tomar fuerza y dedicarme a hacerle los cambios, diablos, era mi oportunidad de que me publicaran, y en una editorial grande. Pero (como si los hilos que siempre han movido mi vida volvieran a dar lata) decidí no publicarla. Por fin me había dado cuenta, y aceptado, que mi historia siempre estuvo mal planeada desde el principio. Las clases que tomé no sirvieron mucho porque yo seguía aferrado en, repito, mis caprichos que quise poner a fuerzas en mi historia. Yo estaba estúpidamente aferrado en que mi novela era buenísima, y que la gente no me comprendía, no la entendía. Cada vez que me la rechazaban, yo me aferraba más y más. Fue hasta que alguien me la aceptó para darme cuenta de la realidad.

Lo pensé mucho, en verdad, pero no quería que mi primera novela fuera una historia así de mala. Era mi carta de presentación, y así nadie me tomaría en serio cuando sacara una segunda publicación. (Además, esa historia ya estaba bien quemada.) En aquella época, acababa de escribir otra novela, la cual hasta la fecha le tengo mucha confianza. Se me ocurrió mandársela a la editora para que la leyera y así, en lugar de publicarme la del “atrapasueños”, me publicaran la nueva, y final feliz, como en las películas. Pero por desgracia acababa de entrar en la vida real. La editora me dijo que ya había recibido el manuscrito nuevo, pero que nadie la leería; y que si en verdad quería publicar, tendría que corregir la anterior, la cual ya había tenido el dictamen positivo.

Le mandé a la editora un correo donde le daba gracias por el tiempo que se tomaron por leer mi manuscrito y por haber escogido mi novela, pero que decidí no publicarla. Por supuesto la editora se enojó (de seguro en su mente a de haberme dicho de jijo pa arriba), pero fue más fuerte mi maldito orgullo para no darme a conocer con esa historia tan mala. Y aquí el idiota pensó que, como ya había llamado la atención, de seguro, a partir de ahora, a todos mis trabajos les pasaría lo mismo. Pero hasta la fecha sigo esperando.

De seguro pensarán que hice una estupidez. Pues sí. No sé si mi retorcida visión del mundo es la que me hace caminar siempre hacia los senderos equivocados o de plano nací idiota. Cada vez estoy más convencido de que mi vida siempre ha sido una broma pesada.
Moraleja: no hagan lo que hace la gente pendeja.

Mario Ramírez Monroy