Según
algunas definiciones, no todas, claro, un personaje es una persona ficticia que
intervienen en una obra literaria. Dicho personaje puede ser inspirado por una
persona real a la que vamos a exagerar sus virtudes, vicios y defectos, o
incluso un personaje puede ser la suma de varias personas reales. No obstante,
en la vida existen personas que nacieron siendo personajes. Cerca de mi casa,
hay una tlapalería en donde se reunía un grupo de personas dignas de llevarlos
directamente al papel, sin ninguna modificación, incluso hasta sus nombres
daban risa. Yo mismo soy un personaje por mi particular y distorsionada visión
del mundo. Pero en esta ocasión quisiera hablar sobre una persona-personaje que
conocí en la preparatoria.
Le
decían el “Balín”. La primera vez que lo vi me pareció un alumno problemático. Ya
era muy conocido en ese lugar. Había cursado la secundaria en la misma escuela,
y además tenía diecisiete años, ya estaba grande para empezar la preparatoria. Sin
embargo, con el tiempo me di cuenta de que no estaba tan maleado y empecé a
hablarle.
Un
día, el Balín llegó vestido con uniforme de Boy
Scout. Sí, de verdad: llegó vestido de Boy
Scout, y además llevaba en la espalda su mochila, y su bastón o báculo o
como jijos se llame en la mano. Al ver mi desconcierto, nos dijo a mí, y a los
que nos sentábamos cerca, que él era un maestro de los Scouts, de muy alto rango. Bueno, pensé, este chavo de seguro tiene
dinero, y por eso se puede dar esos lujos tan ajenos a mí.
Otro
día, el Balín llegó vestido de punk. Dijo que estaba estudiando para tocar en
un grupo de rock. Bueno, pensé, podría ser cierto. Pasa. Otro día, llegó…
vestido de ninja. Por Dios: vestido de ninja. Dijo que era un maestro en las
artes marciales. Cabe aclarar que, además de tener apenas diecisiete años, al
Balín le decían el Balín porque estaba gordito. Yo, estúpidamente y con mi poca
agudeza, como que empecé a dudar en sus palabras. Pero el colmo fue lo
siguiente.
La
escuela estaba en una zona muy cerca del aeropuerto de México, es decir, a cada
rato se escuchaban lo motores de los aviones pasando encima de nosotros. Otro
día, el Balín llegó vestido de traje y corbata. En la solapa del saco, tenía un
pin con el logotipo de Aeroméxico o Mexicana de Aviación (la verdad ya no recuerdo).
El Balín se sentó y nos preguntó: “¿Escucharon el avión que acaba de pasar?”
Pues todos le dijimos que sí, por lo regular siempre escuchábamos uno.
Entonces, el Balín, con mucha seriedad, nos dijo: “Yo lo venía piloteando” (!)
Y ahí sí le dije ay no mames.
Así
es. Así era el Balín. La persona más mitómana que he conocido en el mundo. Lo
más sorprendente es que sus mentiras parecían las de un niño de primaria. Así
más o menos fue su comportamiento durante el primer año de prepa. En la clase
de Educación Artística, estuvimos en el mismo grupo de Coro. Recuerdo que, al
final de año, se puso muy feliz porque había exentado la clase de Coro con diez.
Sin embargo, las demás materias las reprobó, todas. Esto último provocó que su
papá lo sacara de la escuela para mandarlo a otra muy estricta, manejada por
padres católicos, maristas, supongo.
Aun
así, cuando todos pasamos al segundo año, el Balín se daba sus escapadas para
visitarnos. Ahora nos decía que en el estacionamiento de su nueva escuela
católica, en lugar de estar llena de autos, había puras motocicletas, Harley
Davison la mayoría. Y que sus nuevos compañeros iban a clase vestido con cuero
y estoperoles, y escuchando música de Iron
Maiden a todo volumen. Todo lo que estoy escribiendo aquí es verdad, no son
mentiras, como las que decía el Balín. Hay muchísimas anécdotas difíciles de
creer, sólo quienes lo vivimos podemos dar fe de su veracidad.
Cuando
pasamos al último año de prepa, el Balín seguía visitándonos con mucha
frecuencia. A estas alturas, y mientras estoy escribiendo y recordando aquellos
días, yo creo que el Balín en verdad nos tenía aprecio. Una vez, en mi
cumpleaños, me regaló un cuadrito con la foto del King Diamond, uno de mis más
grandes ídolos en ese tiempo.
Una
mañana, a escasas dos semanas de terminar la escuela, encontré a mis compañeros
de salón con semblante serio, mientras hablaban en voz baja. Uno de ellos se me
acercó y dijo: “¿Ya supiste que mataron a Jorge?” Jorge era el nombre del
Balín. Según lo que me contaron, y como entendí, Jorge y unos alumnos, tanto de
la escuela donde yo iba como de la católica, se pusieron a jugar carreritas en
el Ajusco. Jorge estaba sentado en la parte trasera de una camioneta, que era
conducida a gran velocidad. Pasaron sobre una piedra, la camioneta brincó, y el
Balín salió disparado y se golpeó la cabeza contra el suelo. Los cobardes de
sus “amigos” se asustaron y lo dejaron ahí. Tal vez pudieron salvarle la vida
llevándole rápido a algún hospital, pero lo dejaron solo. Lo dejaron morir.
Después supe que hasta la policía entró en la escuela para buscar a los alumnos
que participaron en el juego de carreras.
Así
fue la vida de Jorge, el Balín, quien vivió dentro de su propio mundo, y no
tuvo que crecer ni madurar. Quién sabe cómo habría sido su vida, si él hubiese
seguido vivo. A lo mejor seguiría inventando sitios mejores que los reales.
Mario Ramírez Monroy
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