Desde que entré, aquel hombre ya
estaba cantando acompañado de su guitarra. Yo busco un lugar para sentarme y
pido una hamburguesa. El local está casi vacío. Son las dos de la tarde. El
hombre no canta mal. A pesar de su edad, tiene buen aspecto. Bien vestido, de
traje. Además es delgado, de buen porte y de barba bien recortada. Su rostro no
sé por qué me parece familiar.
El mesero trae mi pedido. Muerdo
la hamburguesa y me la paso con un trago de refresco. Apenas el hombre termina
la canción, una anciana le aplaude con mucho entusiasmo. Tiene el pelo mal pintado
de rubio castaño; viste un viejo abrigo beige que tal vez en otro tiempo fue
elegante. Me doy cuenta de que al lado de ella está recargado el estuche de la
guitarra. El hombre, después de agradecer, sonríe y comienza a cantar otro
bolero. De nuevo me parece alguien conocido.
Pero pronto lo olvido
porque abro mi mochila y saco un libreto que me acaban de entregar. Estoy feliz
porque al fin alguien descubrió mi talento. Es un pequeño papel de teatro, pero
sólo es el principio Pronto tendré algo más, chance un protagónico. Tal vez
luego me den un pequeño papel en el cine. Y así, poco a poco… No puedo imaginar
el día cuando sea un actor famoso, caminar por las calles y que la gente me
reconozca. Incluso sería genial que en un futuro, cuando vuelva a entrar en
este local, la gente se quede mirándome y al instante se me acerquen y me pidan
un autógrafo, y una foto. Ahora todo el mundo siempre carga una cámara con
ellos. No quiero esperar el día en que mi rostro aparezca en miles y miles de
cuentas de Facebook. Y en cuanto a las chicas… Tengo que cuidarme bien, para
así dar siempre buena imagen, ir al Gym y todo eso, porque es parte de, ¿no? Y además,
en la actuación nadie se jubila; es para siempre. Es la carrera ideal.
Nunca me ha sabido tan
rica una hamburguesa. Le echo más mostaza antes de darle la última mordida. Mientras
termino de un trago mi refresco, le hago una seña al mesero quien me dice con
un gesto “en un momento voy”. Quiero pedir una torta y un café; hay que leer
con calma el libreto.
-Gracias, gracias –dice el
hombre al terminar la canción. Se acerca a las mesas para pedir una moneda. Las
de por sí pocas personas ni siquiera lo miran, ni le dan nada. Yo sí lo miro
porque el rostro al fin va tomando forma. Aquel hombre es un actor. Sí. Aquel
hombre que canta pidiendo dinero es un actor. Se acerca a mí sonriendo. Busco
una moneda y se la doy.
-¡Gracias, joven! ¡Suerte!
–dice y luego se acerca a la mesa de la anciana. Toma el estuche para guardar
la guitarra y comienzan a hablar. A pesar del murmullo y del ruido exterior,
logro escuchar algunas frases.
-Así pasa –dice él-. Pero
ya me acostumbré.
-Y eso que tienes poco, ¿verdad?
–dice ella-. ¿Hace cuánto que no cotizas?
-Hace diez años.
-¡Uhhh, precioso! Yo dejé
de cotizar cuando cumplí cuarenta y cinco.
-Ni modo –dice él cargando
la guitarra-. Si en esos malditos papeles está escrito que ya no cotizas... No
vemos.
-Cuídate.
El hombre sale del local
caminando erguido, perdiéndose entre la gente.
Antes de acercase a mí, el
mesero se detiene un momento en la mesa de la anciana. Le lleva un café. Dicen algunas
cosas en voz baja; él dice que “no” con la cabeza, ella se queda callada, como resignada,
y empezó a tomar el café. Antes de que el mesero camine hacia a mí, escucho que
la anciana dice para sí misma: “Tengo hambre”.
-¿Desea algo más, joven?
–me pregunta el mesero.
Yo tomo el libreto, lo
guardo en la mochila y respondo:
-La cuenta, por favor.
Mario Ramírez
Monroy
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