10 de noviembre de 2012

UNA BRUJA MALA DE VERDAD


Cada vez me cuesta un poco más de trabajo pensar en la siguiente columna porque me propuse escribir sólo historias reales, además de que tengan que ver algo con la literatura o la cultura. La culpa es mía, sería más fácil escribir ficción, pero ni modo, a seguirle. Por fortuna, de nuevo apareció un tema para escribir esta bella columna. Bueno, dos temas.
De seguro han visto los spots televisivos donde sabiamente actores y conductores de Televisa y TV Azteca nos aconsejan leer veinte minutos al día. Y nada más. No hay opción de preguntarles oye, ¿por qué no leer sólo diez, o media hora, o dos hora y media, o todo el día? O también, oye, ¿puedo dejar  inconcluso el libro si no me gusta lo suficiente, o por si ya me aburrió? O incluso, no tengo ganas de abrir un libro en estos días; no quiero leer. Todo esto es válido, la lectura no es una obligación ni tampoco una tarea: es un placer. Y creo que, si uno tiene ganas de leer, lo normal sería tomar un libro entre las manos, ¿no? Si no, ¿cómo?
Ahora que está comenzando una nueva versión de la FILIJ (Feria del Libro Infantil y Juvenil), recordé un hecho que pasó en esa misma feria hace algunos años. Estaba caminando y mirando todos los libros que deseaba comprar, pero que sabía que no tendría el suficiente dinero, cuando apareció una maestra guiando a un montón de niñitos bien chiquitos, de seguro eran de preprimaria. Esta chava (ya me conocen, ahora ya no me atrevo a llamarla maestra) se metió al stand anterior de donde me encontraba. Pero apenas habían entrado cuando ya estaban saliendo. Me llamó un poco la atención y me quedé para observarlos.
La chava (por cierto, muy joven) rápidamente guió a los niños para que entraran al stand que estaba frente a mí. Como culebritas, los niños caminaron al lado de los estantes y alrededor de las mesas repletas de libros. Pero lo malo no fue que caminaran tan rápido, sin tener ni madres de tiempo para, al menos, poder observar las portadas, sino que la bella mujer les decía cosas como: “Caminen rápido, camine rápido. No toquen los libros. No toquen los libros (!). Rápido, rápido. ¡Jeshua, no toques ese libro! ¡Wendy, regresa ese libro a su lugar! ¡Kevin, qué es lo que les estoy diciendo!”
Como ustedes intuirán, mi intención no fue mostrarles que a los nuevos padres no les gusta ponerle a sus hijos nombres mexicanos, sino que no era posible que una maestra, joven, supuestamente la eterna esperanza de México, les prohibiera tocar los libros. ¿Así cómo carajos se les va a fomentar el gusto por leer? Entre ese tipo de “maestras”, los promocionales hechos por personas que ni leen y las personas que obligan a sus hijos a leer, como si se tratara de un deber o una tarea, preferiría que a alguien se le ocurriera empezar una campaña para prohibir la lectura, así nos daría curiosidad abrir un libro, y descubrir un placer gustoso, casi como si fuera un vicio, un bello pecado; algo que en verdad lo hacemos porque nos gusta.
Hace tiempo que no asisto a la FILIJ. No sé si las maestras sigan comportándose igual. Y luego dicen que las brujas malas, quienes destruyen la vida de los niños, no existen.

Mario Ramírez Monroy

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